De todos los monstruos, creaciones sobrenaturales, asesinos en serie y demás seres de la literatura de terror u horror, son los vampiros mis favoritos. Desde el Drácula de Todd Browning, pasando por la Hammer, Noche de miedo, Dracula de Coppola, Blade o Entrevista con el vampiro, hasta la saga de Underworld, entre muchas otras, todas me han gustado en mayor o menor medida. Salvo esa repugnante y babosa saga que es Crepúsculo, en general soy bastante tolerante con los vampiros.
Con Drácula, concretamente, disfruté enormemente de la adaptación que hizo hace años Fernando Fernández o del Drácula de Marvel con esos magníficos guiones de Marv Wolfman y esos increíbles dibujos del gran Gene Colan.
Incluso en serie disfruté con el episodio de Buffy contra Drácula aunque no fuera muy en serio.
Pero, aunque la historia de Drácula la he visto de todas las formas y maneras posibles, la novela original no la había leído. La razón, me daba una cierta pereza pensar en leer una novela decimonónica de increíblemente largas descripciones de paisajes y personajes estiradísimos con diálogos aún más estirados.
El caso es que una estupenda bloguera, Gerald Dürden, me comentó que para nada era así y, como suele tener buen gusto, me arriesgué a leerla.
Y el riesgo compensó.
Drácula es un techno-thriller sobrenatural en la época victoriana.