Existen en el mundo personas a las que, sin creer en ningún Dios, un día se les aparece la virgen y se vuelven beatas de repente… Más o menos es lo que me ha pasado a mí. Hace ya dos años que terminé Metroid Fusion, y aunque recibí un montón de sugerencias de cómo continuar con la saga, no me veía haciéndolo hasta dentro de por lo menos otros cinco años. El motivo por el que he jugado a Zero Mission no ha sido el 30 aniversario de la saga o querer culturizarme videojueguilmente, sino algo mucho más tonto: quería jugar en la cama y este era el único juego que tenía en la PSP. Esperaba quedarme dormida a los cinco minutos como me pasa cada vez que reempiezo Zero Mission (al menos tres veces al año), pero la sorpresa fue que en mi mente algo mágico hizo click y comprendió, al fin, la gracia de Metroid. Sin reservas, sin quejas, sin «esto es demasiado complicado para mí aunque me gusta mucho el concepto»: solo un hambre voraz de seguir con él. Y así fue como aquella noche no dormí: estaba ocupada explorando. Me dicen esto dos días antes de empezarlo y no me lo creo, pero para mí ha sido una epifanía tan surreal como reveladora. Digamos que a mí se me ha aparecido Samus, y a mi manera… yo también he empezado a creer. Bienvenidos al planeta Zebes.