Ficha Técnica:
-Año: 2017
-País de Origen: Reino Unido
-Dirección: Danny Boyle
-Producción: Bernard Bellew, Danny Boyle, Christian Colson y Andrew MacDonald
-Fotografía: Anthony Dot Mantle
-Edición: John Harris
-Guion: John Hodge
-Basado remotamente en la Novela «Porno» de Irvin Welsh
-Reparto: Ewan McGregor, Ewen Bremmer, Johnny Lee Miller y Robert Carlye
Trainspotting, una de las películas más aclamadas de la historia, aquella que definió la generación de muchos… sin comerlo ni beberlo ha tenido secuela. 20 años después y sin que nadie lo hubiera pedido, pero ha tenido secuela. Muy remotamente basada en la novela “Porno” de Irvin Welsh y traída de la mano de nuevo por Danny Boyle, respetando religiosamente el reparto de la original y el estilo que la caracterizaba, todo parecía indicar que íbamos a tener una digna sucesora. ¿Pero realmente ha sido así? Si y No…
Tras verla en VO en los Cines Ideal con un colega tan enfermizamente fanático de la original como un servidor, os puedo asegurar que ser objetivo en esta crítica me va a costar más que cagar haciendo el pino. Pero hay que ser justos y analizarla de forma imparcial. Y lo que se puede decir sobre ella a modo de introducción es que… Podría haber sido una auténtica bazofia. Podía haberse quedado como una secuela innecesaria e irrelevante, con el único propósito de hacer caja pero que no ha conseguido recapturar la esencia de la original. Pero también podría haber sido mucho mejor. Dicho esto, empiezo de una vez con la crítica y dejo de divagar
Cada vez que lo pienso esa idea resuena en mi cabeza con más fuerza “Podría haber sido muchísimo peor” Una secuela de una de las mejores películas de los 90 que supo atrapar a toda una generación, se presenta sin invitación con una secuela 20 años después. Lo primero que te viene a la cabeza es un intento de la película por mantenerse relevante, por tratar de seguir “molando” después de 2 décadas que podría haberse dado un vergonzoso batacazo 2 veces más doloroso. Como un “Poochie” cinematográfico que podría haberse convertido en un Duke Nukem Forever, un producto caduco y decadente que no encaja en estos nuevos tiempos. Que aparece sin que nadie se lo pida para tratar desesperadamente de replicar el pasado, cuando dichos tiempos ya hace mucho que cambiaron.
Afortunadamente, no ha sido así. Es más, uno de los temas más prominentes de la película es reflexionar sobre ello. Y todo creo que se lo debemos a Danny Boyle, nadie mejor que el padre de la criatura, para ser capaz de cumplir con la complicada tarea de traer una secuela de su película más aclamada 20 años después. ¿Y cómo lo consigue? Respetando todo lo que supuso la original. Respetando su estética, respetando su filosofía, respetando su banda sonora, respetando su reparto y personajes, respetando su mensaje y, sobretodo, respetando al público de la original.
Danny Boyle respeta y recaptura la estética mugrienta y a la vez onírica de Realidad Vs Tripiviaje. Vuelve a clavar ese contraste tan característico de miseria y ruina con una Escocia añeja y olvidada, al mismo tiempo que vuelve su singular manera de teletransportarnos al suerrealísmo y tripiviaje más chupidrogadictico mediante su increíble forma de Dirigir. Es de los pocos directores que te colocan con su forma de hacer cine y que te permiten experimentar que son las drogas sin ninguna de sus consecuencias.
Pero su mayor talento no es ese precisamente. Es su forma de meterte en la cabeza de los protagonistas a través de la propia película. La película es un vehículo de lo que ellos sienten y piensan. Valiéndose de su magistral forma de hacer cine, su cinematografía y su increíble forma de narrar valiéndose solo de las imágenes, consigue meternos en la mente de los protagonistas, transmitirnos sus emociones y preocupaciones, sus ambiciones y desasosiegos y tan solo trastocando la iluminación, la fotografía o representando una serie de escenas surrealistas que reflejan y diseccionan a la perfección el alma de sus protagonistas. Ya lo dije antes y lo sigo diciendo ahora. Danny Boyle es el capturador de lo Abstracto.
Todo ello lo complementa una vez más con una brutal banda sonora que casa a la perfección con el tono emocional, situación o valor dramático que el director quiere representar en cada momento y escena. Es como si cada canción que mete, fuera un suplemento tan acorde a la situación que nos muestra, que se vuelva casi imposible de imaginar sin ella. Si muchas de las icónicas canciones de UnderWorld o Iggi Pop son ya casi imposibles de escuchar sin que te evoquen las icónicas escenas de Trainspotting 1 donde sonaban, en su secuela pasa exactamente lo mismo. Las canciones deben a la película, lo que la película debe a las canciones. Son una simbiosis perfecta. Os dejo con las mejores:
El elenco protagonista también se merece todos los halagos posibles. Porque sin él la película no hubiera sido posible. Trainspotting siempre ha sido Renton, Sick Boy, Spud y Franco. Cualquier otra cosa, con cualquier otro personaje hubiera sido cualquier otra película, pero no Trainspotting. Y solo hay 4 reputados actores que conocen sobradamente estos personajes y son aquellos que los interpretaron. Y McGregor, Bremmer, Carlye y Lee Miller una vez más los clavan a la perfección. A pesar de llevar 20 años sin volver a darles vida, redondean su interpretación tan genialmente que la transición parece imperceptible. Como si en lugar de 20 años solo hubieran transcurrido 20 minutos desde los acontecimientos del primer filme.
Renton sigue su vida de cinismo absoluto frente a todo lo que supone un valor adoptado por la sociedad mayoritaria, a pesar de que abrazó precisamente aquellos valores 20 años atrás, lo cual le convierte en otro respetable hipócrita más. Sick Boy sigue siendo un puto psicópata manipulativo que no entiende de amistades si no las utiliza de forma instrumental para conseguir fines propios, y que sigue realizando chanchullos peligrosos y tonteando con el otro lado de la Ley. Spud siegue siendo nuestro agradable perdedor, nuestro fracasado con alma que siempre se gana el cariño del público. Y Franco sigue siendo ese animal enrabietado y sociópata iracundo cuyo deseo de vengarse por quien se la jugó hace años es la única motivación que le mueve a continuar en su vida. Adoro el increíble trabajo de interpretación de cada uno de los actores, pero si tuviera que escoger a uno me quedo con Franco. Robert Carlye roba cada escena en la que se presenta y devora la pantalla al ser responsable de los momentos más desternillantes de la película.
Y ya que hablamos de humor, también la película consigue encumbrarse como una de los mejores exponentes del humor negro y absurdo. Al igual que la primera, Trainspotting 2 está repleta de esos momentos cómicos que harán que te meas de risa, pero al mismo tiempo contrastados con los momentos más desgarradores y deprimentes que, a bote pronto, te pueden echar en cara el filme. Ese ya clásico humor de la primera de película de “Humor Depresivo” de que te echas unas risas aun sabiendo de que estas sumergido en la más insondable y profunda mierda pero te da igual mientras tengas oxígeno suficiente para reírte. Humor de Prozac servido en abrumadores comprimidos por toda la película que te harán que te caigas de culo del asiento por la risa. El mejor humor si me lo preguntáis.
Y lo mejor que ha conseguido alcanzar esta película es tener una filosofía, una reflexión subyacente, un mensaje tan marcado y férreo como la película original. En esta se nos deja bien claro duda que las personas jamás cambian con el tiempo. 20 años después y nuestros protagonistas siguen cometiendo los mismos errores, siguen siendo igual de gilipollas y siguen siendo los mismos repugnantes egoístas que no dudan en jugársela los unos a los otros si la situación da pié a ello. Lo único que cambia es que ahora tienen unas cuantas arrugas más. El tiempo sigue avanzando, son las personas las que se estancan.
Toda la película te deja entrever la gran mentira de la vejez. La vejez no te hace más responsable, la vejez no te hace un hombre más sensato, juicioso o cauto, sigues siendo el mismo capullo integral solo que con más años en el carnet de identidad. Nos mentimos a nosotros mismos pensando que aprendemos de nuestros errores con el tiempo, pero lo cierto es que nunca aprendemos o nunca queremos hacerlo. De nada sirve que los tiempos cambien si no queremos cambiar con ellos. La película te muestra que la espiral descendente de locura y problemas que atraviesan nuestros protagonistas es más un bucle infinito que no parece acabarse. La historia siempre se repite si tú no dejas de ser el mismo.
Digno de mencionar también es la pequeña reflexión que aborda la película sobre la dura vida del exadicto. De lo difícil que resulta volver a encarrilar la vida después de haberte pasado la mitad de ella por una aguja de heroína. De cómo tratar de encajar en un mundo que te desprecia por lo que has sido y donde todo son complicaciones, responsabilidades y preocupaciones que pueden sobrepasar hasta la más íntegra de las personas. ¡Y qué cojones! De que la vida resultaba mucho más fácil cuando eras un drogata, porque de lo único que tenías que preocuparte era de pillar y punto. Es brutal la reflexión que hace Spud sobre ello. “La existencia del drogata era mucho más tranquila porque se basa en 2 preocupaciones: Trincar pasta y pillar mierda. Cuando te desintoxicas y tratas de llevar una vida normal es cuando surgen los horarios, las prisas, las responsabilidades, los desasosiegos, las obligaciones…”
Pero como adivinaréis, hay una razón para que haya empezado la crítica con tantos claroscuros, con tantas dudas y sentimientos encontrados. Y es que la cinta, para mi gusto acarrea un serio problema que arrastra por toda su duración. Un problema que ha sido lo que le ha impedido alcanzar la trascendencia que tuvo la primera, y es precisamente eso: Tener demasiada nostalgia de la primera, tener demasiada nostalgia de sí misma. La película se tira constantemente referenciando escenas, situaciones y conflictos de la primera. Y obviamente eso a priori está bien si lo que quieres es continuar la trama basándose en lo que ocurrió en la primera, pero hasta cierto punto. Porque hay una clara diferencia entre realizar pequeños guiños y referencias a su directa predecesora y tirarse toda la película encumbrándola e idealizándola.
Llega un momento en el que por tantísimas escenas de la primera, flashbacks, comentarios acerca de lo que ocurrió en ella, y hasta putos montajes de secuencias enteras, que llegas a preguntarte donde termina la primera y donde empieza de verdad su secuela. Con esto da la sensación de que más que una secuela con su propia narrativa, historia y personajes, estás ante un viaje de nostalgia, una idealización continua de tiempos pasados que no deja espacio para historias nuevas. Tan exagerado resulta, que en instancias te parece que la película ha tirado por el camino de la autofelación, no parando de recordarte lo cojonuda que era la primera y lo genial y mágica que resultaba, pero sin esforzarse ni un ápice tan siquiera en tratar de hacer algo parecido con la segunda.
Es como si el fanservice si hubiera hecho película. Como si Danny Boyle y los responsables supieran de buena tinta, que jamás podrían volver a replicar todo aquello que significó la primera, e hicieran todo lo posible por contentar a los fans de esta durante la segunda. Recordarte constantemente lo guay que éramos, sin tratar de esforzarse lo más mínimo en ser guays ahora. Al final lo que te deja es una sensación de que la película ha ido demasiado a lo seguro, de que no ha hecho nada diferente ni ha roto con ningún esquema como bien hizo la primera. Y en sus peores momentos se siente algo así como una “Película Recordatorio” como una reunión de antiguos alumnos más que una secuela digna que traiga algo nuevo que contar. Y eso es justo lo que la condena, la que la impide ser tan trascendente como la anterior: El apoyarse e idealizar constantemente a la anterior.
Pero a pesar de todo ello, la cinta no desmerece para nada todas las alabanzas que se ha llevado al inicio de esta crítica. Porque todo lo que ha conseguido lo ha hecho bajo su propio mérito y no por estar a la estela de la primera. La complicada tarea de traer una secuela que nadie había pedido 20 años después de la original y encima realizarla de forma extraordinaria, sigue siendo un logro y un mérito que solo el gran Danny Boyle podía conseguir. El disfrutar de los mismos y geniales personajes que la primera tal y como si hubiera sido ayer cuando se estrenó, es un mérito que solo el reparto original y sus magníficas interpretaciones podían conseguir. El que la película atesore un mensaje, filosofía y reflexión subyacente tan rica y profunda como la primera, es un mérito que solo los guionistas y los responsables de la narrativa solo podían conseguir.
Pero solo se queda en eso, en una secuela con mérito. Digna y respetable que uno puede ver con orgullo. No otro banal y vergonzoso intento de hacer caja con una cinta querida de una época pasada que te den ganas de echarte las manos a la cabeza. Pero sin trascendencia, sin repercusión ni envergadura, sin conseguir ser lo memorable que fue la primera. Una secuela que juega a lo seguro y se empeña más en recordar lo genial que fue la primera y que por eso precisamente puede que esta secuela al paso de los años no la recuerde nadie. Pero eso no lo puedo decir yo, solo el tiempo nos los lo dirá.