Es ley de vida. Con el paso del tiempo la tecnología va quedándose desactualizada y los ordenadores, especialmente los de gaming, son de los que más lo notan.
Tampoco es que me pueda quejar, cinco años me ha durado el ordenador, más que la tienda donde lo compré, por cierto. Únicamente hubo que actualizar la tarjeta de vídeo a mitad de la generación y compré una económica pero eficaz R9 280 con 3 Gbs de RAM.
Ha dado muy buen servicio, en buena medida gracias a que el procesador era un I7 de tercera generación lo que garantizaba que aunque le cambiara a una tarjeta gráfica más potente el procesador no fuera un cuello de botella y así ha sido. A día de hoy se podían jugar juegos muy exigentes gráficamente casi a Ultra y algunos a Ultra pero a 30 fps que, para cualquier juego de aventuras, es perfecto para jugar.
No obstante, con cinco años está más que amortizado y se han dado dos circunstancias del mercado que me han movido a cambiarlo en este verano.